¿Cómo es la terapia con personas con problemas crónicos en el sistema digestivo?

El dolor crónico puede suponer una enfermedad en sí mismo, puesto que el dolor provocado por una causa determinada persiste, al menos, tres meses tras desaparecer dicha causa. Este sufrimiento puede ir acompañado de trastornos del sueño, ansiedad, depresión, etc.

Por tanto, existe un gran número de consecuencias ocasionadas por una enfermedad crónica en la vida de una persona y resulta de vital importancia la evaluación del paciente desde una visión biopsicosocial.

Dentro del grupo de enfermedades crónicas, en este artículo nos centramos en las enfermedades inflamatorias intestinales como son la enfermedad de Crohn o la colitis ulcerosa, que conllevan una serie de síntomas habituales como la fiebre, el dolor abdominal, la pérdida de peso, la diarrea, el estreñimiento, etc. Esto puede afectar significativamente a la calidad de vida de los individuos que lo sufren.

Es importante que el psicólogo se encargue de evaluar la calidad de vida en este tipo de pacientes, puesto que síntomas como la urgencia fecal son los que más estrés y ansiedad les ocasionan, además del dolor, el insomnio, la ansiedad y el miedo ante nuevas crisis o vergüenza. Así pues, la interferencia se produce en todas las áreas de sus vidas: física, emocional y social.

El psicólogo, entonces, se encarga de disminuir el estrés y mejorar la calidad de vida de la persona, ayudándole en ese proceso de adaptación a la enfermedad a través de técnicas de relajación (Mindfulness) o técnicas cognitivo-conductuales, que son las que más apoyo empírico han logrado.

El objetivo es que el psicólogo ayude a que el paciente entienda la enfermedad, aprenda a comunicarse con su familia y el equipo médico, intervenga sobre su salud mental disminuyendo la ansiedad y depresión y aumentando el autocuidado y la regulación emocional con el fin de mejorar la calidad de vida y la relación terapéutica.

infografía sobre cómo es la psicoterapia con personas con enfermedad digestiva crónica

Si dividimos la intervención en fases podríamos separarlo de la siguiente forma:

  • Fase inicial. Se centra, principalmente, en la consolidación de la relación terapéutica y en la psicoeducación debido a que cuando reciben el diagnóstico, se les da una amplia información que supone agobio. Por tanto, el psicólogo en esta etapa ayuda a la disminución de esta ansiedad. Es vital conocer los conocimientos y pensamientos del paciente acerca de la enfermedad, además de la percepción subjetiva de los síntomas y los cambios que se están produciendo en su vida.
  • Segunda fase. A través de técnicas cognitivo-conductuales y mindfulness se aprende a manejar el estrés y la ansiedad.
  • Tercera fase. Se trabaja la alexitimia (incapacidad para reconocer y expresar las emociones) a través de técnicas de mindfulness y la Terapia Centrada en la Compasión. El objetivo es conseguir conectar con las emociones para así mejorar la regulación de estas.
  • Cuarta fase. Se trata la aceptación de la enfermedad en contraposición a la constante impotencia que sienten estos pacientes y que terminan por generalizarlo a todas las etapas de sus vidas.
  • Quinta fase (opcional). Consiste en la intervención grupal. Este tipo de experiencias puede provocar una reconstrucción de la relación del paciente con la enfermedad, puesto que ayuda a disminuir el aislamiento social y favorece la inclusión.

En conclusión, se podría decir que la figura del psicólogo es fundamental para aprender a afrontar el diagnóstico recibido, pero también para enseñar a llevar una vida valiosa tras conocerlo. Es muy importante el acompañamiento y el aprendizaje de técnicas como la relajación, estrategias de solución de problemas y habilidades sociales para que la persona que se sienta triste, angustiada y desesperanzada ante el futuro pueda conseguir, al final, una buena calidad de vida a pesar de sufrir una enfermedad de tipo crónico.

 

Gema Benito Labrador

 

 

 

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